lunes, 3 de marzo de 2008

Florencia

Multitudes, en otro tiempo ociosas, escapaban, no de forma aturullada, sino con cierta parsimonia, como el que deja de lado aquello que ya no sirve para lo que desea, buscando otro mejor fin. La noche era diferente, algo estaba pasando más allá del Duomo, dirección al Arno.

Mientras avanzaba, el silencio aterrador dejaba paso a un crepitar y un olor inconfundible, el de la madera vieja al perder su humedad y comenzar a arder. Buscaba en los rostros de la gente, en sus palabras, saber qué ocurría, pero la única pista fiable eran sus sentidos y su vínculo con esas calles que habían sido su vida. Las personas, en la huida, no dejaban explicación de lo sucedido, parecían más bien estar al margen de ello, así que decidió adentrarse en el corazón y al torcer aquella esquina, que llevaba a un callejón oscuro, vio el resplandor de las hogueras.



La Piazza de la Signoría, su corazón, ardía en llamas. El humo ocupaba el lugar del marmol y de los muros, de forma serena, sin grandes aspavientos, salían el fuego devastador, de cada ventana ascendía, mientras esferas incandescentes bajaban por los pilares, cuidando bien que nada quedara. Esta plaza testigo de la Historia de la Humanidad y de su ser, conoce bien lo que el fuego es capaz de hacer. La hoguera de las vanidades y Savonarola lo saben, pero esta vez era la misma plaza y allí estaba él, había llegado tarde, no podía salvar nada, más allá de recoger el instante con su cámara de fotos, que tantos momentos de esplendor recordaba, e irse, silencioso y sin destino.

Las masas de seres daban la espalda a Florencia y la cara a su nuevo destino, él no tenía, ni quería un nuevo lugar, perecería en las llamas, su vida y la de Florencia se irían juntas, había llegado la hora. Se abrazaría a Perseo para siempre.

Un fuerte dolor de cabeza, mareos, y un llanto anudado en la garganta. Abrió los ojos, aún vivía, o ya había terminado todo. Ante sí pudo ver a Florencia, estaba allí, y le despertó.