Su regazo me transmitía seguridad, siempre había un lugar para mí.

Las puertas de la casa se abrían por la mañana y se mantenían hasta la noche. Mi abuelo, el veterinario, también era la persona a la que acudía cualquiera que necesitara hablar con un amigo, con un sabio, con alguien que tuviera la palabra que iba a reconfortarle. En el gran reparto a él le tocó llevar la alegría a los demás y conseguía burlarse de los problemas y hacerlos desaparecer.



Con él he aprendido a ser persona, a respetar por encima de todo, a amar a las mujeres…ay!!!! las mujeres!!!, cómo nos han gustado, ¿verdad abuelo?. Para qué poner a un rey habiendo una reina tan guapa. Quererlas y respetarlas, admirarlas, y por encima de todas una, enamorado hasta el último momento, la abuela iluminó sus ojos y cuando nada quedaba en la memoria, sólo su nombre pronunciaba sin titubeo, Mercedescalle.

Se rió de la hipertensión, de un infarto o de un derrame, incluso de que le arrollara un autobús, partiéndole gravemente una pierna. Siempre se ha reído a grandes carcajadas y hoy en el cielo todo el mundo ríe con mi abuelo Questo.

No serían más allá de las siete de la mañana, ha llegado justo a la hora de escribir, por favor, esperad a que termine de hacerlo, que yo nunca lo dejé.
