martes, 21 de julio de 2009

El apasionante día de una florecilla de mi macetica



(que nunca me abandonó)

supo quedarse esperando
el momento de la cordura
de volver a ver llegar
el agua que le da vida

Me vio partir con la tormenta. Mis pasos eran tan firmes como mis dudas. El convencimiento tan pleno, como la osadía de mi sufrimiento.

Sólo quedaba ella para verme marchar. Los niños no estaban preparados, y el único ser vivo, con entereza suficiente para afrontar el adiós, sólo me dio su consentimiento, nunca quiso venir.

Ella había llorado mi marcha días antes, con la macetica entre mis manos, pero llegado el momento se negó. Era una travesía que habría de acometer en solitario, y así lo había decidido.

Dejé unas letras de esperanza que salieron del mismo centro de mi alma, pero ésta se hallaba lo suficientemente deteriorada para que ya nadie la tomara en serio, y el que menos... yo.

Pero iba a curarla, a sacarla de las tinieblas y a llenarla de la vida que nunca debió marchar. La apuesta era grande, pero sencilla. Toda mi vida sobre el tapete, pero jugarse algo que ya no tienes, en realidad es jugar con ventaja... y gané.

Y volví a reír, .... y nunca faltó agua, ni una flor que me sonriera al ver mis ojos brillar.

Una flor que espera